me habló en latín, en cuyo idioma no sé quién lo hizo mejor. Esta inofensiva competencia nos puso inmediatamente bajo un pie amistoso; y yo me senté y bebí un ponche con él, ó para ser más exacto lo ví beber, hasta que se alegró de tal modo que comenzó á llorar á lágrima viva.
Como si fuera puramente casual, quise probar si me serviría el botón de Alán; pero era evidente que no había visto nunca á mi amigo ni había oído hablar de él. Al contrario, parece que le tenía cierta inquina á la familia y á los amigos de Ardiel, y antes de que se hubiera embriagado me leyó un escrito en muy buen latín, pero muy mal intencionado, que había compuesto en versos elegíacos contra un miembro de dicha casa.
Cuando le hablé de mi catequizante ó maestro de la doctrina, movió la cabeza diciéndome que podía considerarme dichoso en haberme desembarazado de él.
—Es un hombre muy peligroso,—agregó, se llama Duncan y puede disparar una pistola con buen efecto á una distancia de algunas varas, guiándose por el oído, se le ha acusado con frecuencia de salteador de camino y de ser autor de un asesinato.
—Lo mejor de todo es que se titula maestro de doctrina,—dije.
Y por qué no, si así es?—me respondió.—Le dieron ese nombre con motivo de ser ciego, y estar siempre en el campo, yendo de un lugar á otro para oir á los niños recitar el catecismo.
Al fin, cuando mi húesped no pudo beber más, me llevó á mi cuarto de dormir, y me acosté lleno de contento, después de haber atravesado la mayor parte de la