cipio creimos que era uno de los buques de guerra ingleses que cruzaban por aquella costa en invierno y en verano, para impedir toda comunicación con los franceses; pero cuando nos hallamos más cerca vimos que era un barco mercante. Lo que me sorprendió fué que no solo su cu- bierta sino también la costa vecina, estaban llenas de per- sonas, viéndose además varios botes que iban del buque á la orilla y viceversa. Cuando estuvimos aún más cerca, empezamos á oir quejidos y lamentaciones tanto de los que estaban abordo como de los que se encontraban en tierra, lo que realmente desgarraba el corazón. Entonces supe que era un buque de deportados á las
colonias de la América del Norte.Nuestro bote se puso al lado de la embarcación aquella, y los desterrados se inclinaron sobre la obra muerta, llorando y extendiendo las manos á mis compañeros de travesía entre los cuales contaban algunos amigos. No sé cuanto tiempo habría podido durar esta escena, á no haber intervenido el capitán del buque, que parecía también fuera de sí, lo cual no es sorprendente, suplicándonos que nos retirásemos.
Neil Roy obedeció aquella súplica, y el que dirigía el canto en nuestro bote entonó entonces una canción de aire meláncolico, que fué repetida por los deportados y sus amigos en la orilla, de modo que resonaba en todas partes como un lamento fúnebre. Ví correr las lágrimas por las mejillas de hombres y mujeres en el bote, aun mientras estaban remando; y las circunstancias, y el canto, y toda aquella escena me afectaron profundamente.
Cuando llegamos á la costa, llamé aparte al patrón y le pregunté si era uno de los vecinos de Apín.