perior, viéndole trepar aquel lado de la montaña que era muy pendiente, y al fin lo perdí de vista.
Durante todo este tiempo yo también había estado corriendo, y me encontraba ya bien lejos cuando oí una voz que me ordenaba hacer alto. Yo me encontraba en la orilla del bosque superior, y cuando me detuve y miré hacia abajo, ví al abogado y al alguacil de pie, gritando y haciéndome señas para que bajara; y cerca de ellos los soldados, con los mosquetes en las manos, preparándose á subir la colina.
—¿Por qué he de bajar ?—grité—¡ Suban Vds.!
—Diez libras esterlinas si apresáis á ese muchacho,gritó el abogado,—¡ es un cómplice! Estaba apostado aquí para detenernos hablándonos.
Al oir esas palabras, que percibí perfectamente, aunque fueron dirigidas á los soldados y no á mí, el corazón quiso salírseme por la boca de puro terror. Una cosa es estar en peligro de vida, y otra en peligro de perder la vida y la reputación al mismo tiempo. La cosa, sin embargo, había sucedido tan rápida é inesperadamente, como un rayo que estalla en un cielo sereno, que me dejó todo confuso y sin saber qué hacerme.
Los soldados empezaron á desplegarse, algunos á correr, y otros á levantar sus fusiles y á apuntarme. Y yo permanecía sin embargo inmóvil.
¡Ocúltese aquí entre los árboles!—dijo una voz cerca de mí.
Aunque apenas sabía lo que estaba haciendo, obedecí la orden; y no bien hube entrado cuando oí silbar las balas entre los abedules. Allí me dí de manos á boca con Alán Breck de pie con una caña de pescar en la mano. No me