CAPÍTULO XIX
LA CASA DEL MIEDO
MIENTRAS íbamos andando se hizo de noche, por cierto que bastante obscura. La senda que seguíamos cruzaba las faldas de una áspera montaña, y aunque Alán continuaba avanzando con su aplomo de costumbre, yo no comprendía cómo podía él mismo hallar el camino.
Al fin, como á las diez y media llegamos á la cima de un cerro y vimos luces debajo de nosotros. Parecía que la puerta de una casa estaba abierta, dejando entrever el fuego de una chimenea y la luz de una vela ; alrededor cinco ó seis personas se movían apresuradamente, cada una llevando una antorcha encendida.
—Santiago debe haber perdido el juicio,—dijo Alán.
—Si en vez de ser nosotros fueran los soldados, buena cuenta darían de él y de los suyos. Pero tal vez tenga un centinela en el camino, porque él sabe muy bien que ningún soldado tomará la senda por donde hemos venido.
Diciendo esto, silbó tres veces de una manera particular. Al primer silbido todas las personas con antorchas se detuvieron, como si se hubieran asustado; al tercero,