al más leve rumor. La aurora era muy clara; podíamos ver los costados pedregosos del valle y su fondo, sembrado de rocas, y el río que lo atravesaba; pero en ninguna parte se divisaba ni el humo de una chimenea, ni un ser viviente, excepto algunas águilas que chillaban en torno de un alto peñasco.
Entonces, al fin, Alán se sonrió.
—Sí,—dijo,—ahora tenemos una esperanza,—y luego, dándome una mirada, agregó,—no me parece que sea Vdmuy fuerte en inateria de saltos.
Creo que me mostré algo mortificado, porque agregó: —No importa: tener temor de una cosa, y hacerla sin embargo, es lo que que constituye á un hombre digY luego se trataba del agua, que hasta asusta á un hombre como yo. No, no,—repitió,—no es Vd. quien merece censura, sino yono.
Le pregunte por qué.
Por qué,—me respondió,—porque esta noche he sido de una torpeza increible. Antes que todo, equivoqué el camino, y eso en mi misma tierra de Apín; de modo que el día nos ha sorprendido donde no debíamos haber puesto los pies, y gracias á mi error estamos aquí con algún peligro y mayor falta de comodidad. Y luego, que es lo peor de todo en un hombre que ha estado tanto entre los matorrales como yo, no he traído conmigo una botella de agua, y he aquí que pasaremos todo un día de verano sin nada que beber sino un poco de coñac. Tal vez crea Vd. que este es asunto de poca monta, pero antes que sea de noche cambiará Vd. de parecer.
Yo deseaba hacer algo que diese realce á mi carácter