nuestra, había apostado un centinela. En toda la longitud del río se veían también centinelas, unos en lugares altos, y otros en los puntos bajos, que estaban en constante movimiento de un lado á otro para no dejar nada sin vigilar. Hasta donde podía extendarse la mirada en ambas direcciones del valle, se veían brillar las armas de los soldados de centinela para guardar todos los pasajes vadeables del río ó todos los puntos de entrada y salida.
Di solo una mirada y al instante me agaché en mi escondite. Era un espectáculo extraño ver este valle, tan desierto y solitario al rayar el alba, resplandeciente ahora con las armas de los soldados que lo recorrían en todas direcciones.
—Esto era lo que yo me temía, David,—dijo Alán,— siempre creí que vigilarían esta parte. Empezaron á llegar hace dos horas, pero ¡ qué sueño el de Vd.! Estamos entre la espada y la pared. Si ascienden los costados de la colina, nos podrían ver fácilmente con un anteojo; pero si permanecen donde están, no hay temor ninguno.
Los centinelas se encuentran á buena distancia unos de otros á orillas del río: cuando llegue la noche trataremos de escaparnos.
—Y qué haremos hasta entonces?—pregunté.
į —Quedarnos aquí, y esperar pacientemente, con― testó.
Debe recordarse que estábamos en la cima desnuda de una roca, como sobre unas parrillas. El sol nos azotaba cruelmente; la roca se volvió tan caliente, que apenas podía tocarse con la mano; y la poca tierra y hierbas que se conservaban un tanto frescas, eran lo suficientemente grandes para una persona sola; así es que alterná-