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CAPÍTULO II

LLEGO AL FIN DE MI JORNADA

En la mañana del segundo día, habiendo llegado á la cima de una colina, vi que todo el terreno se inclinaba hacia el mar, y en medio de este declive, sobre una extensa cumbre, la ciudad de Edimburgo que parecía un horno humeante. En el castillo ondeaba una bandera, en el canal había buques anclados ó en movimiento, y á pesar de la distancia podía distinguir claramente el castillo y el puerto.

Poco después pasé junto á una choza en que vivía un pastor, que me indicó donde quedaba poco más ó menos Cramond, y así preguntando aquí y allí continué mi camino al oeste de Edimburgo, hasta que llegué al de Glasgow. Y allí con gran placer y no poca admiración, contemplé un regimiento que marchaba en el mejor orden al compás de los pífanos; á la cabeza iba montado en un caballo moro un viejo general de rostro encendido, y á retaguardía marchaba una compañía de granaderos con morriones de pelo. Mi corazón latió apresuradamente al ver aquellos uniformes rojos y oir aquella alegre música.

Algo más adelante se me dijo que me hallaba en el pueblo de Cramond, y empecé entonces á preguntar por á

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