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CONTINUA LA FUGA POR ENTRE LOS BOSQUES

Vd. que quiere ir al Embarcadero de la Reina, ni para mí que deseo volver á Francia. Dirijámonos pues al este.

—Al este, pues,—dije con alegre acento,—aunque en mi interior pensaba: —¡ Oh hombre! si quisieras dirigirte á un lado cualquiera y dejarme tomar el opuesto, sería lo mejor para los dos.

—Bien, al este: ahí tenemos los pantanos,—dijo Alán. Una vez allí, David, todo es bosque y matorral.

Vengan entonces los soldados. Este no es un buen lugar, de ningún modo.

—Alán,—dije,―he aquí lo que pienso. Apín significa la muerte para los dos: dinero, no tenemos mucho, ni tampoco harina; cuanto más nos busquen, más cerca estarán de encontrarnos: y puesto que en todo hay peligro, prosigamos adelante hasta que no podamos más.

Aián se alegró en extremo.

— Hay ocasiones, dijo,—en que Vd. es demasiado circunspecto y reservado para andar en compañía de un hombre como yo; pero otras en que demuestra Vd. un valor sin igual, y entonces es cuando lo amo como á un hermano, David.

La niebla se disipó y nos dejó ver que el terreno estaba completamente despojado de todo. Solo se oían los chillidos de las avefrías y de aves acuáticas, y al este, y muy lejos, se percibía una manada de ciervos que parecían puntos obscuros que se movían. Todo el terreno estaba cubierto de pantanos y charcos de turba, y en otra parte había un bosque de abedules secos. Un lugar más desierto y sombrío no era imaginable; pero al fin se hallaba libre de soldados, que era lo que importaba.

Descendimos, pues, á aquel desierto y empezamos