sueño un pelotón de soldados á caballo se había presentado por aquellos alrededores, y se acercaba á donde estábamos, formando una especie de abanico, y registrando las partes espesas de los matorrales.
Cuando desperté á Alán, dió primero una mirada á los soldados, luego á la ramita y á la posición del sol, y arrugó el entrecejo con tal expresión de disgusto á la vez que de ansiedad, que fué todo el reproche que me hizo.
—¿ Qué haremos ahora?—pregunté.
—Tenemos que correr como liebres,—dijo.—¿ Vé Vdaquellas montañas?—preguntó señalando hacia el nordeste.
—Sí,—contesté.
—Pues bien, dirijámonos allá, dijo.—Se llama Ben Alder: es una montaña desierta, llena de alturas y quebradas, y si podemos llegar allí antes de amanecer, nos irá bien.
—Pero, Alán,—le dije,—tendremos que atravesar el camino que traen los soldados.
—Lo sé,—contestó,—pero si retrocedemos á Apín, estamos perdidos sin remisión. De consiguiente, ánimo y en marcha, David.
Y diciendo esto, comenzó á correr á gatas con una rapidez increible, como si fuera su modo natural de andar.
Todo el tiempo íbamos siguiendo las partes más quebradas de aquel terreno pantanoso, pues eran las que mejor nos ocultaban. Hacía tiempo que se nos había concluído el agua, y esta manera de correr sirviéndonos de las manos y las rodillas, producía una debilidad y un cansancio inmensos, sin contar con el dolor de las coyunturas y de las muñecas.