pero en un sentido contrario, puesto que ví que me comportaba mal; y ahora no solo estaba disgustado con Alán sino conmigo mismo, lo que me hizo más cruel.
—Vd. me pide que hable, le dije.—Pues bien, lo haré. Vd. confiesa haberme hecho una mala partida ; he tenido que tragar un insulto; jamás se lo he reprochado, ni jamás mencioné el asunto hasta que Vd. lo hizo.
Y ahora se me censura,—grité alzando la voz,—porque no puedo reir ni cantar como si debiera alegrarme de haber sido insultado. Seguramente que lo próximo que deberé hacer será arrodillarme y darle las gracias por ello. Vd. debería pensar un poco más en los otros, Alán Breck; en ese caso tal vez hablaría menos de sí mismo; y cuando un amigo que le aprecia verdaderamente, ha dejado pasar un insulto sin proferir una palabra, Vd. debería no tocar más esa materia, en vez de recordársela constantemente. Según Vd. mismo confiesa, era Vd. el digno de censura; luego no le toca armar quimera.
—Bien,—dijo Alán,—no se hablé más del asunto.
Y volvimos á nuestro antiguo silencio, y llegamos al fin de nuestra jornada y cenamos y nos acostamos sin proferir una palabra.
El guía nos condujo á un lugar seguro el día siguiente al obscurecer, dándonos su opinión acerca de la mejor ruta que debíamos seguir, y fijándonos el itinerario. Alán no quedó muy complacido con una ruta que cruzaba región de sus mortales enemigos, los Campobellos; y hubiera preferido otro camino que nos llevase á tierras pobladas por los Athole Stuart, de su mismo apellido y linaje. Pero el guía le manifestó que todos aquellos terre-