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PLAGIADO

mismo. Hubiera dado el mundo entero por recoger lo que había dicho; pero una vez que se ha vertido una palabra ¿quién puede recogerla? Recordé toda la bondad, y el valor de Alán, y cómo me había auxiliado, y alentado y soportado en nuestros tiempos malos; y recordé mis insultos, y ví que había perdido para siempre á aquel leal amigo. Al mismo tiempo la enfermedad que me abrumaba me pareció redoblar en intensidad, y el dolor del costado era tan agudo como si me traspasara una daga. Creí que iba á desmayarme donde estaba.

Esto fué lo que me hizo reflexionar. No había palabras que pudiesen borrar lo que yo había dicho; era inútil pensar en algo que condonara la ofensa; pero donde una satisfacción era en vano, un simple grito podía traer á Alán á mi lado. Despojándome, pues, de todo orgullo, exclamé: —Alán, si Vd. no puede ayudarme, tengo que morirme aquí!

Alán me miró lleno de sorpresa.

—Es la verdad,—le dije. No puedo más. Lléveme al recinto de una casa: allí podré morir más tranquilamente.

Yo no tenía necesidad de exajerar: dije estas palabras con un acento tan dolorido y lastimoso que hubieran enternecido á un corazón de piedra.

—; Puede Vd. andar?—preguntó Alán.

— No, sin auxilio de otro, le contesté.—Hace una hora que mis piernas me han estado flaqueando. Tengo una punzada en el costado, como si me abrasara un hierro candente: no me es posible respirar. Si yo muriere ¿me perdonará Vd. Alán? Le juro que en lo íntimo