puerta y á llamar de voz en cuello al Sr. Balfour. En medio de mi vocear y patear oí toser en lo alto, y echándome atrás dirigí las miradas hacia arriba y ví la cabeza de un hombre en una de las ventanas del primer piso con un gran gorro de noche y un arcabuz.
—Está cargado,—dijo una voz.
—He venido aquí con una carta para el Sr. Ebenezer Balfour de Shaws,—dije. Está aquí?
—¿ De quién es ?—preguntó el hombre del arcabuz.
—No es de aquí ni de allí,—dije mal humorado, pues mi cólera se iba aumentando.
—Bien, fué la respuesta,—déjela Vd. en el umbral de la puerta y puede Vd. retirarse.
—No haré semejante cosa, exclamé. La entregaré al Sr. Balfour en propias manos, como debe ser.
Es una carta de introducción.
Una carta de qué?—gritó la voz con acento chillón.
Repetí lo que había dicho.
—i Y quién es Vd.?—fué la siguiente pregunta, después de una pausa considerable.
—No tengo por que avergonzarme de mi nombre,— dije.—Me llamo David Balfour.
Al decir esto, tengo la seguridad de que el hombre se sorprendió, porque oí el ruido que hacía el arcabuz rozándose en el antepecho de la ventana; y solo después de un gran rato y con un curioso cambio de voz, vino la siguiente pregunta: —i Ha muerto el padre de Vd. ?
Tal sorpresa me causó esta pregunta, que no pude hallar palabras con que responder, y permanecí inmóvil.