testigos del encierro de Vd.; pero una vez ante el tribunal, no podremos contener sus declaraciones, y algo acerca de su amigo el Sr. Thomson saldría á relucir; lo que no me parece muy aceptable, por lo poco que le he oído decir á Vd.
—Bien, señor,―le contesté,—he aquí lo que pienso que se puede hacer, y le expliqué mi plan.
—Pero esto implica una entrevista con su amigo Thomson, me dijo el abogado.
—Seguramente que sí,—le dije.
—Mi querido doctor, exclamó el abogado frotándose la frente, mi querido doctor, no, Sr. David, mucho me temo que su plan sea inadmisible. Yo no digo nada en contra de su amigo el Sr. Thomson ; no sé nada en contra suya, y si lo supiera, téngalo Vd. presente, Sr. David, mi deber sería echarle mano. Ahora quiero hacerle á Vduna pregunta: ¿es prudente que yo lo vea? Pudiera haber algunos cargos contra él. Quizás no le ha dicho todo á Vd. ¡ Acaso su nombre no pudiera ser Thomson!
—exclamó el abogado guiñando un ojo,—porque algunos de estos individuos cambian de nombres como otros de vestido.
—Vd. debe ser el juez, señor,—le dije.
Pero era evidente que mi plan le había hecho impresión, porque se quedó pensativo, hasta que su esposa nos llamó á comer; y apenas se acabó la comida y se retiró la Sra. Raukeillor, comenzó de nuevo á hablar de mi propuesta. ¿Cuándo y cómo debía yo verme con mi amigo el Sr. Thomson? ¿ estaba yo seguro de que era discreto?
Suponiendo que pudiésemos atrapar al zorro viejo del tío i consentiría yo en tales y tales condiciones de un conve-