ningún rescate, y puede Vd. hacer con él lo que mejor le parezca.
—¡Tu! ¡tu!—dijo Alán.—La sangre llama, por más que Vd. diga lo contrario. Vd. no puede abandonar al hijo de su hermano, aunque no fuera más que por un sentimiento de vergüenza; y si lo hiciere y se llegase á saber, no sería Vd. muy bien mirado en su país, ó mucho me engaño.
—De todos modos, no soy aquí muy popular,—repitó Ebenezer, y no sé cómo podría saberse eso. No por mí, ciertamente; ni tampoco por Vd. ó por sus amigos.
De consiguiente, esas son palabras ociosas.
—Entonces, será David quien lo dirá,—replicó Alán.
—¿De qué modo?—preguntó mi tío con viveza.
¡Oh! muy sencillamente, dijo Alán.—Mis amigos, sin duda alguna, conservarán al sobrino de Vd. mientras abriguen la esperanza de hacer algun dinerillo con él; pero desde el instante en que se convenzan de lo contrario, creo que le dejarán ir á donde quiera, y punto final.
—¡Ah! pero eso tampoco me importa mucho,—replicó mi tío.—Ni me causaría ninguna inquietud.
—Eso es lo que yo pienso,—dijo Alán.
—Y por qué?—preguntó Ebenezer.
¡Por qué, Sr. Balfour?—replicó Alán.—La explicación es muy sencilla: ó Vd. tiene afecto á David, y habría pagado ya para que volviera á su lado; ó tiene Vdsus razones para no desear su regreso, y pagaría Vd. entonces para que se quedara con nosotros. Parece que no es lo primero; luego, será lo segundo; y mucho me alegro, pues ello nos proporcionará una bonita suina á mí y á mis amigos.