—¿Oh, señor!—exclamó Ebenezer.—Ese no es modo de hablar.
—¿ Vivo ó muerto ?—repitió Alán.
—¡Vivo, vivo!—exclamó mi tío.—Nada de sangre derramada.
—Bien,—dijo Alán,—será como Vd. guste; pero también será más caro.
—¿Más caro?—gritó Ebenezer.—¿Se mancharía Vdlas manos con un crimen?
—¡ Ja! ¡ ja !—dijo Alán.—Ambas cosas son un crimen; y el matarlo es lo más fácil, lo más pronto y lo más seguro. Mantener al muchacho, sería demasiado enojoso y nada productivo.
—Quiero sin embargo que viva,—replicó mi tío.Jamás me he mezclado en nada injusto ó criminal, y no voy á comenzar ahora para satisfacer á un montañés medio selvático.
—Usted es muy escrupuloso, dijo Alán con sorna.
—Yo soy un hombre de principios, replicó Ebenezer con la mayor sencillez, y si tengo que pagar por ellos, lo haré. Además, Vd. olvida,—agregó,—que el muchacho es el hijo de mi hermnano.
—Bien, bien,—dijo Alán, hablemos ahora del precio. No es fácil, para mí, fijarlo; tengo que enterarme antes acerca de algunos pequeños detalles. Por ejemplo, tengo que saber cuánto le dió Vd. al capitán Oseas.
—¿ Oseas ?—gritó mi tío, lleno de asombro.—¿ Para qué?
—Por plagiar á David,—respondió Alán.
Eso es mentira! ¡esa es una infame mentira!exclamó mi tío.—David nunca fué plagiado. Quien se