CAPÍTULO XXX
ADIÓS
YA había llegado, pues, á puerto de salvación; pero aún tenía que atender á Alán, á quien estaba tan obligado; y además el asunto del asesinato y la prisión de Santiago de los Glens, eran cosas que me preocupaban mucho. Sobre ambos particulares hice una relación circunstanciada en la mañana siguiente al Sr. Rankeillor, paseándonos frente á la casa de Shaws, sin más testigos que los bosques y los prados que habían pertenecido á mis abuelos y que ahora eran míos.
Acerca de mi deber para con Alán, mi abogado no abrigaba duda alguna: yo tenía que hacerle salir del país á toda costa; pero en el asunto de Santiago de los Glens la cosa variaba de aspecto.
—El Sr. Thomson, me dijo el abogado,—es una cosa, y el pariente del Sr. Thomson, es otra. Yo no conozco muy bien los hechos, pero tengo entendido que un alto personaje, un noble (á quien llamaremos, si Vdquiere, el D. de A.) tiene que ver con ello, y aun manifiesta mucha hostilidad en esa materia. El D. de A. es El Duque de Argyll.