ADIÓS mucho. Allí escribió dos cartas para mí, comentándolas á medida que las iba escribiendo.
—Esta, dijo, es para mis banqueros, la Compañía Británica de Edimburgo, donde le abro á Vd. un crédito.
Consúltese con el Sr. Thomson; él sabrá lo que hay que hacer, y con este crédito puede Vd. proporcionarle los medios para ponerse en salvo. Confío en que no derrochará Vd. su dinero; pero tratándose de un amigo como el Sr. Thomson, yo sería muy liberal. En cuanto al pariente del Sr. Thomson, lo mejor es ver al Procurador General de Escocia; referirle la historia de Vd. y ofrecer su declaración; ahora, que la acepte ó no, eso lo decidirá el D. de A. Con objeto de que Vd. pueda ver al Procurador General, bien recomendado, aquí tiene Vdesta carta para el erudito Sr. Balfour de Pilrig, hombre á quien mucho estimo. Es preferible que sea Vd. presentado por una persona de su mismo apellido. El señor de Pilrig está muy bien mirado por la facultud y se encuentra en los mejores términos con el Procurador General. Yo no entraría en muchos detalles al referir mi historia y me parece inútil nombrar al Sr. Thomson.
Aconsejese Vd. con el Sr. Balfour de Pilrig; haga lo que él le diga, y, sobre todo, proceda Vd. con la mayor discreción en lo que habla con el Procurador General; y Dios le proteja, amigo David.
—Y diciendo esto, se despidió de mí y partió á su casa con Torrance, mientras Alán y yo tomamos el camino de Edimburgo, volviendo á cada instante la cabeza para contemplar la casa de mis padres, grande, desnuda, fría, como mansión no habitada. En una de las ventanas superiores podía divisarse un gorro de noche