cido un cambio muy notable. Además, muchos de los cristales de las ventanas estaban rotos; y esto era una cosa tan común en la casa, que se me figura que mi tío hubo de sostener alguna vez un sitio, viéndose atacado por sus vecinos, quizás con Juana Closton á la cabeza.
HAGO CONOCIMIENTO CON MI TÍO Entretanto el sol brillaba fuera ; y como aquel miserable cuarto era muy frío, llamé y grité hasta que mi carcelero vino y me dejó salir. Me llevó al fondo de la casa, donde había un pozo y me dijo que me lavara allí la cara si quería, y después de lavarme me encaminé como pude á la cocina donde ya había encendido el fuego y estaba haciendo el potaje. En la mesa había dos tazones y dos cucharas de cuerno, y una sola ración de cerveza floja. Tal vez fijé las miradas en este artículo con cierta sorpresa, ó quizá mi tío lo notó, pues me habló como si respondiera á mi pensamiento, preguntándomne si quería beber un poco de cerveza.
Le dije que esa era mi costumbre, pero que no pretendía que él me la diera.
—No, no,—me contestó,—no te negaré nada que sea razonable.
Buscó otra taza en la alacena, y entonces, con gran sorpresa mía, en vez de traer más cerveza, vertió la mitad del contenido de su taza en la que me había dado. En esto hallé una especie de nobleza que me dejó atónito. Si mi tío era ciertamente un avaro, lo era sin duda de tal modo que hace casi respetable semejante defecto.
Cuando terminamos nuestro desayuno, mi tío abrió una gaveta y sacó una pipa de fumar de barro y un pedazo de tabaco, del que cortó una porción, guardando el resto en