de mi propia voluntad, y si Vd. me señala otra vez la puerta, me iré.
Parecía en extremo mortificado.
—¡Bah! Bah!—dijo,—espera un día ó dos. Yo no soy un hechicero para hallar una fortuna para tí en el fondo de mi tazón de potaje; pero concédeme un día ó dos, y no digas nada á nadie; y tan cierto como vivo que haré algo bueno por tí.
—¡Muy bien !—dije, muy bien! Basta con lo dicho.
Si Vd. quiere hacer algo en beneficio mío, no hay duda que me alegraré mucho y le quedaré muy agradecido.
Me pareció (demasiado pronto por cierto) que iba dominando á mi tío, y comencé á decirle que la cama y toda la ropa de la misma tenían que ponerse al sol para secarse y ventilarse, pues nada me haría dormir en una cama en la condición en que ahora se hallaba.
Es mi casa ó la tuya?—dijo con su voz penetrante, y de repente cambiando de tono continuó.—No; no quiero decir eso, lo que es mío es tuyo, David, amigo mío; y lo que es tuyo es mío. La sangre llama; y no hay sino tú y yo que llevemos el apellido.
Y entonces comenzó á hablar de la familia, y de su antiguo esplendor, y de su padre que empezó á agrandar la casa, y de sí mismo que paralizó la construcción del edificio como un derroche de dinero, que era un pecado; y esto me movió á darle el mensaje de Juana Closton.
—¡ Perra de los diablos !—exclamó, la haré quemar viva sobre carbones encendidos antes de que pase mucho tiempo. ¡Es una bruja! ¡Una hechicera reconocida !
Yo veré á la justicia.
Y diciendo esto abrió una arca y sacó una levita y un -