nacieras; es decir, que prometí á tu padre. Nada legalizado, comprendes; solamente lo que hablan los caballeros bebiendo un vaso de vino. Bien, ese dinerillo lo he conservado aparte; no obstante pasar grandes escaseces, pero lo prometido es deuda, y se ha ido aumentando hasta llegar á ser hoy y aquí se detuvo y vaciló—precisamente cuarenta libras.... Estas últimas palabras las dijo mirándome de soslayo por sobre el hombro, y al instante exclamó casi con un grito—escocesas.
Siendo la libra escocesa equivalente á un chelín inglés, la diferencia que entre ellas y las esterlinas establecía la calificación de mi tío era considerable. Por lo demás, toda la historia me pareció una solemne mentira inventada con algún fin que yo no podía comprender. No hice esfuerzo alguno para ocultar el acento burlón con que le contesté.
¡Oh! piénselo bien, señor. Vd. ha querido decir libras esterlinas.
—Sí, eso es lo que he dicho,—replicó mi tío,—libras esterlinas. Sal afuera un momento para ver qué clase de tiempo tenemos; buscaré entretanto el dinero y te llamaré.
Hice lo que me dijo, sonriéndome con el desprecio que sentía á la idea de que se imaginara que yo era tan fácil de engañar. La noche era muy obscura, y solo se veía una que otra estrella; el viento silbaba á lo lejos entre las colinas. Pensé que había algo tempestuoso y variable en el tiempo, sin imaginar ni remo Cuarenta libras esterlinas equivalen á unos doscientos duros; y cuarenta libras escocesas á unos diez duros.—(N. del T.)