viente que me haga entrar en calor. Lo mismno sucede, señor, con todos los que se han acartonado.
—Bien, bien, capitán,—replicó mi tío,—tenemos que ser como Dios nos ha hecho.
Pero aconteció que esta singularidad del capitán entró por mucho en mis infortunios; porque si bien yo me había propuesto no perder de vista á mi tío, tenía tal impaciencia de ver el mar de cerca, y me sentía tan mal con el calor de la habitación, que cuando mi tío me dijo que bajara y me divirtiera un rato, fuí bastante necio para hacerlo. Salí, pues, dejando á los dos hombres sentados junto á una mesa con un gran rimero de papeles y una botella, y atravesando el camino que pasaba frente á la posada, me dirigí á la orilla del mar, que batían olas no mayores que las que había visto en el lago. Pero las algas y plantas marinas eran cosas nuevas para mí; el olor del agua del mar era en extremo salado y excitante e; el Covenant empezaba á desplegar sus velas que colgaban de las vergas á manera de racimos; y todo lo que veía y contemplaba despertó en mí el pensamiento de viajes lejanos y países extranjeros.
Miraba también á los marineros que estaban en el bote, mocetones de tostado color, algunos en mangas de camisa, otros con chaquetas, otros con pañuelos de colores alrededor del cuello, con un par de pistolas en los bolsillos, dos ó tres con nudosas cachiporras, y todos con sus cuchillos de mesa. Me dirigí á uno que me parecía menos selvático y violento que sus compañeros, y le pregunté cuándo se haría al mar el bergantín. Me dijo que tan pronto como la marea lo permitiese, y manifestó su deseo de verse lejos de un puerto donde no había tabernas ni