gado de una cuerda: Juana Closton y otros á quienes ha privado de casa y de hogar. Y sin embargo, hubo un tiempo en que era un buen muchacho ; pero eso fué antes de que circularan las noticias acerca del Sr. Alejandro. Esto fué como un golpe mortal para él.
—Y¿qué hubo?—pregunté.
Oh! que lo había asesinado,—dijo el dueño.—¡ ¿Nunca oyó Vd. eso ?
—Y ¿ por qué lo mataría?—pregunté.
—¿Por qué?—Para quedarse con la casa.
—¿La casa?—dije.—¿ La casa de los Shaws?
—No conozco otra,—me contestó.
—¡Cómo! Eso es lo que ha pasado? ¿Era mi...
¿ era Alejandro el hijo mayor?
—Seguramente que sí,—contestó el dueño.—¿ Por qué otra causa lo habría matado?
Y al decir estas palabras se retiró.
Por supuesto, que yo lo había sospechado hacía tiempo; pero una cosa es presumir y otra saberlo; y me senté abrumado con mi buena fortuna, pudiendo apenas creer que el pobre muchacho que dos días antes había venido á pie y andando, era ahora uno de los ricos de la tierra, y tenía una casa y vastos terrenos, y si supiera montar á caballo podría hacerlo mañana mismo. Todas estas cosas agradables, y otras muchas más, se agolparon á mi mente, mientras me hallaba sentado mirando hacia afuera por la ventana de la posada, sin fijarme en lo que veía; solo recuerdo, que divisé al capitán Oseas en el muelle entre sus marineros y hablando con aire de autoridad. Y en esto volvió á la posada, sin que hubiera en su andar la pesadez propia del marinero, sino que su elevada y her-