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ME HAGO Á LA MAR EN EL BERGANTÍN "COVENANT"

sin amigo ni protector alguno, tambalear, y bailar, hablando de lo que no sabía. Algunos hombres reían, pero otros arrugaban el entrecejo (pensando tal vez en su propia juventud ó en sus hijos), y le decían que pusiera fin á aquellas necedades y pensase en lo que estaba haciendo.

En cuanto á mí, me causaba rubor mirarle, y aun hoy en mis sueños veo al pobre muchacho.

Durante todo este tiempo el Covenant había encontrado continuamente vientos contrarios y había ido dando tumbos y más tumbos, de modo que el escotillón estaba casi siempre cerrado y el castillo de proa alumbrado solo por una lámpara que colgaba de un travesaño. Todos los marineros estaban constantemente ocupados; el excesivo trabajo aumentaba el mal humor de los hombres, y todo el día se pasaba en disputas y altercados. Como no se me permitía poner el pie en la cubierta, es de imaginarse lo aburrido que estaría y mi impaciencia porque se efectuara un cambio.

Y un cambio había de verificarse. Pero antes referiré una conversación que tuve con el Sr. Riach, que me infundió algún aliento en mis tribulaciones. Diré que el segundo piloto había bebido más de la cuenta, pues en su estado natural, ni siquiera me miraba. Le hice jurar que guardaría el secreto, y le conté mi historia.

Me dijo que parecía una novela; que haría cuanto estuviese en su poder en beneficio mío; que me daría papel, pluma y tinta para que escribiera un par de líneas al Sr. Campobello y otras al Sr. Rankeillor, y que si yo le había dicho la verdad, con auxilio de esos caballeros podría sacarme en bien.

—Y entretanto,—continuó, ánimo. No es Vd. el