un muerto, y con gran terror mío se me acercó. Pero yo no tenía razón para asustarme.
— No estaba Vd. aquí antes?—me preguntó.
—No, señor—le respondí.
—¿Había otro muchacho?—preguntó de nuevo, y cuando le contesté que sí, exclamó: "¡Ah! Me lo sguré.”—Y se sentó sin desplegar los labios, excepto para pedir aguardiente.
Parecerá tal vez extraño, pero á pesar de todo el horror que yo sentía, aquel hombre me inspiraba lástima.
Era casado, su mujer vivía en Leith; pero no recuerdo si tenía hijos.
En realidad, no puedo decir que aquella vida, que no duró mucho tiempo, fuera muy dura. Yo me alimentaba tan bien como mis amos, y si hubiera tenido inclinación á la bebida podría haber estado borracho desde la mañana hasta la noche. No carecía de sociedad. El Sr. Riach, que había estudiado en un colegio, me hablaba como á un amigo cuando no estaba taciturno, y me refería cosas muy curiosas y aun instructivas; y hasta el capitán, que por lo regular me mantenía á cierta distancia, á veces charlaba conmigo un rato y me hablaba de los hermosos países que había visitado.
La sombra del pobre Ransome pesaba sobre todos, y especialmente sobre el Sr. Snan y sobre mí. Otras cosas, además, me abrumaban: aquí estaba yo trabajando para tres hombres que consideraba mis inferiores, uno de los cuales merecía la horca; eso era en cuanto á lo presente; pues en cuanto á lo porvenir, me veía esclavo junto á los negros, labrando la tierra. El Sr. Riach, quizá por precaución, no me permitió que digera otra palabra acerca de