pando sus puestos en la obscuridad de la noche, me dieron tentaciones de prorrumpir en gritos.
Todo esto era en el lado de Alán; yo había empezado á creer que mi parte en la lucha había terminado, cuando oí que uno se posaba silenciosamente en el techo encima de mí.
Entonces sono un pito, y esta fué la señal. Un grupo de hombres, machete en mano, se adelantó de un golpe contra la puerta; al mismo tiempo desbarataron en mil pedazos el cristal de la claraboya, y un hombre se dejó caer por la apertura en medio de la cámara. Antes de que se pusiera en pie, arrimé una pistola á su espalda y pude haber hecho fuego; pero al tocarle, me flaqueó el espíritu y no pude tirar del gatillo.
Había dejado caer su machete al descender, y cuando sintió la pistola, dió media vuelta y me echó mano lanzando un juramento. Entonces, ó de nuevo me volvió el valor, ó se acrecentó en tal manera mi miedo que equivalía á lo mismo; lo cierto es que dí un grito y le descerrajé la pistola en mitad del cuerpo. Exhaló un horrible quejido y cayó al suelo. Al mismo tiempo mi cabeza tropezó con el pie de otro marinero, cuyas piernas se balanceaban al través de la claraboya, é inmediatamente le disparé un pistoletazo en el muslo que le hizo caer como una masa inerte sobre el cadáver de su compañero. No se trataba ya de hacer puntería y de no errar el tiro, sino de hacer fuego, y disparé de nuevo otra pistola en el mismo lugar.
Hubiera podido permanecer allí y contemplarlos un gran rato, pero oí que Alán me llamaba en su auxilio, y esto me hizo volver en mí.