sordamente como un cuerpo que cayera en una huesa...
—¡Din dan, din don—,
resuena en el corazón,
—din dan, din don—,
de la campana que dobla el lento y lúgubre són!
ULALUME
I
Los cielos cenicientos y sombríos,
crespas las hojas, lívidas y mustias,
y era una noche del doliente octubre
del tiempo inmemorial entre las brumas,
era en las tristes márgenes del Auber,
el lago tenebroso de aguas mudas,
ante los bosques tétricos del Weir,
la región espectral de la pavura.
II
A solas con mi alma, recorría
avenida titánica y obscura
de fúnebres cipreses... con mi alma,
con Psiquis, alma que al misterio turba...
Era la edad del corazón volcánico
como las llamas del Yanek sulfúreas,
como las lavas del Yanek que brotan
allá del polo en la región nocturna.
III
Pocas palabras nos dijimos, era
como una confidencia íntima y muda;
palabras serias, pensamientos graves