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Bendito quien seca
Del mísero el llanto—
Le aguarda del santo
La vida eternal.»
Los orbes en coro
Su Padre te aclaman;
Tus manos derraman
En ellos la fé.
Los ojos te encuentran
Do quiera, Dios mio—
Temblando el impío
Humillase y cree.
La zaña sujetas
Del mar con tu acento,
Enciende tu aliento
Del rayo el furor.
Lo mandas— del mundo.
Mil pueblos perecen;
Lo quieres, parecen
Con nuevo esplendor.
¡Oh Dios! tu clemencia
Los siglos publican,
En ti glorifican
La eterna bondad: