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Evaristo Carriego.

Crías corajudas, de castigo eximen
a las delincuentas famas orilleras,
si es que se discute la causa del crimen
que apasionó al barrio semanas enteras...

Ponen sus rabiosas babas en los cuentos
de las enredistas brujas habladoras,
y asisten en días de arrepentimientos
a las confesiones de las pecadoras.

Luctuosos de mugre van a los velorios
donde, haciendo cruces, arañan las puertas
y, muy compasivos, gruñen responsorios
y recitan Salves por las novias muertas.

Hallan escondrijos de cosas guardadas,
y, cautos, divulgan en el vecindario
fórmulas secretas de alquimias, robadas
al hosco silencio de algún visionario.

Con mucho sigilo, ferozmente serios
en el amplio, oscuro templo de la acera,
celebran sus ritos de foscos misterios,
aullando exorcismos contra la perrera.

Custodian el acto, de extrañas figuras,
los insospechados de infames traiciones:
hay autoritarias torvas cataduras
de perros caudillos y perros matones.