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Evaristo Carriego.

por la brutal Potencia que condena,
diariamente, al espíritu caído
a oir los soliloquios de la Pena.
Dominación fatal, conturbadora
del gran Desconocido que me obliga
a custodiar el Mal, hora tras hora,
arrojando a la espalda la fatiga.

Y es esa tiranía la venganza
de un fatídico monstruo cuya mano
como un destino atroz siempre me alcanza.
Pero pienso que en día no lejano
— cuando caiga debajo de la mesa
para nunca jamás ya levantarme —
ese Genio que tiene mi alma presa
resolverá tal vez, por fin, dejarme.
Y entonces habré muerto. Bienvenida
la eterna amada, la Libertadora,
que al derramar el vino de la vida
de mi vaso será la defensora.
¡Del terrible licor, del más amargo,
me llegarán las gotas como besos,
y en el viaje postrer — ¡tan rudo y largo! —
tendré un cordial para mis pobres huesos.

Entonces, se oirá un himno de alegría
en todos los cenáculos viciosos,
y en el altar de la bodega fría