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Evaristo Carriego.

En las misas de tu credo, más cordiales, más inquietas,
que te canten y consagren fugitivo de Verlaine;
que te nombren compasivas las Mimis y las Musetas,
y relaten conmovidos sus pintores y poetas
cuando entrabas predicando por tu azul Jerusalén...

Que tus pálidas princesas de inefables corazones,
lleven lirios de tus rimas a un olímpico País...
con las hostias fraternales de tus suaves comuniones,
que el orfebre de los triunfos en tus líricos blasones,
grabe todos tus laureles con olivo y flor de lis.

Ya serás en el recuerdo, cuando seas un pasado,
como aquel de la leyenda que tus éxtasis meció,
ya serás, para in eternum, de algún bronce perpetuado,
como guardan tus memorias infantiles, por sagrado,
aquel beso con que Hugo tu niñez acarició!