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LIB.
PIGAFETTA

los grandes vienen a jugar con ellos, y los hombres, ocultos en la espesura, los matan a flechazos. Diez y ocho habitantes del país, hombres y mujeres, habién- doles invitado nuestros hombres a acercarse a los na- vios, se dividieron en dos grupos, diseminándose por las cercanías del puerto, y nos divirtieron cazando de este modo.

Otro gigante. — Seis días después, estando nuestra gente atareada en hacer leña para la provisión de la escuadra, vieron a otro gigante vestido como los que acabábamos de dejar y armado igualmente con arco y flechas. Al aproximarse se tocó la cabeza y el cuerpo, elevando en seguida las manos al cielo, gestos que imi- taron los nuestros. El capitán general, al que se avisó, envió el esquife a tierra para conducirle al islote que había en el puerto, y en el que se había construido una casa para establecer en ella una fragua y un almacén para algunas mercaderías.

Amigos de los españoles. — Este hombre era más grande y estaba mejor formado que los otros; tenía también los modales más dulces; danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza, que sus pies se elevaban mu- chas pulgadas en la arena. Pasó algunos días con nos- otros. Le enseñamos a pronunciar el nombre de Jesús, el padrenuestro, etc., y llegó a recitarlo tan bien como nosotros, pero con voz fortísima. En fín, le bautizamos, poniéndole el nombre de Juan. El capitán general le regaló una camisa, una chaqueta, unos calzones de lien- zo, un gorro, un espejo, un peine, algunos cascabeles y otras bagatelas. Se volvió con los suyos muy conten- to, al parecer, de nosotros. A la mañana siguiente trajo al capitán uno de estos grandes animales (1) de los que

(1) En donde puede estudiarse cuanto toca al guanaco y sus costumbres es en Darwin (C), Diario del Viaje de un naturalista alrededor del mundo, tomo I, en la colección de Viajes clásicos editada por Calpe.