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desde el renacimiento de los estudios clásicos y la invención de la imprenta, que en los siglos de la edad media.

Según mi propia observación, efectivamente, el lenguaje de la gente culta en Santiago ha ido mejorando mucho, hasta en la pronunciación, durante los treinta y cinco años últimos. Este es el efecto de la enseñanza pública.

§ 16. Ahora voy a entrar al estudio detallado de los principios que se han empleado en la admisión de voces nuevas en la última edición del Diccionario académico. Tomaré como base el interesantísimo libro publicado en 1917 por don José Toribio Medina, Voces chilenas de los reinos animal y vegetal que pudieran incluirse en el Diccionario de la lengua castellana y propone para su examen a la Academia chilena J. T. Medina, Santiago de Chile. 1917.

El señor Medina, que dispone de toda la literatura chilena referente al asunto, ha eliminado sólo las palabras «menos conocidas o de uso puramente regional» (comp. loc. cit., pág. 16) [1]. El número de voces propuestas por él a la Academia es más o menos de 350. Tengo que decir «más o menos», porque en algunos casos se trata de introducir un derivado que falta, para una voz que ya figuraba en la edición 14ª; en otros casos la Academia no aceptó exactamente la forma propuesta por el señor Medina, sino la que se encuentra en el gran Diccionario de chilenismos y de otras voces y locuciones viciosas, por Manuel Antonio Román (cinco tomos publicados entre 1901 y 1918).

Otras dudas aparecen respecto a la aceptación, porque el Diccionario académico omite las correspondencias de los nombres

  1. Medina registra, por ejemplo, trece voces que comienzan con pa, y suprime pacoyuyo, pacul, pachacono, pahueldún, que he tratado en mi Diccionario etimológico y que Alemany menciona.