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Poco a poco ese sentimiento de gratitud se cambió, en una afección tierna, sentida y bienhechora que me ofreció mil y mil encantos.

La confianza que mi madre tenía en mí me daba una completa libertad; era, pues, señora de mi acciones y de mis horas, y podía ver a mi amigo, que lo era también de mi madre, a mi satisfacción, estar y pasar sola con él, sin caer siquiera en cuenta que mi fortuna era una especialidad.

Respetada siempre por él, uno de mis placeres más íntimos era estar tranquila a su lado. A este hombre virtuoso es a quién debo la mayor parte de mis buenos sentimientos. Las horas que pasábamos juntos las empleaba en formar mi corazón para la virtud. Joven de 19 años, su amor le había vuelto reflexivo y prudente.

Después de cuanto años debíamos unir para siempre nuestro porvenir, y nunca escuché de sus labios la más lijera expresión que pudiera ruborizarme. Noche enteras pasábamos juntos en medio de la exaltación del baile, sin que me pudiera comprender su cariño sino por medio de mil delicadas atenciones; por su arrebatado disgusto se notaba que la más pequeña indiscreción de los que me rodeaban había lastimado profundamente su corazón.

Su alma noble no me inspiró jamás sospechas ni inquietudes. Me había prometido amarme siempre, le había ofrecido yo pertenecerle por toda mi vida, esto nos hacía felices.

Ah! no se puede negar, aun cuando se diga lo contrario, que también el corazón de los hombres tiene impulsos generosos y abriga sentimientos elevados y las más saludable emociones para la virtud!

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