samientos que la infeliz víctima debe tener en ese instante?...¡Imposible no derramar lágramias tan amargas como las que en ese momento salieron de los ojos del infortunado Lucero! Sí, las derramaste, mártir de la opinión de los hombres; pero ellas fueron la última prueba que diste de la debilidad humana. Después, valiente y magnanimo como Sócrates, apuraste a grandes tragos la copa envenenada que te ofrecieron tus paisanos, y bajaste tranquilo a la tumba.
Que allí tu cuerpo descanse en paz, pobre fracción de una clase perseguida; en tanto que tu espíritu, mirado por los angeles como su igual, disfrute de la herencia divina que el Padre común te tenia preparada. Ruega en ella al GRAN TODO, que pronto una generación mas civilizada y humanitaria que al actual, venga a borrar del código de la patria de tus antepasados la pena de muerte.