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mos positivamente en el fondo de nuestra alma, si no un rico tesoro, el óbolo, pobre, pero entusiasta manifestación de nuestros sentimientos. A la manera, pues, de los antiguos hebreos, que ofrecían en el templo las primicias de su amor, nosotros, en tierra extranjera, dedicaremos nuestros primeros acentos a nuestro país, envuelto entre las nubes y las brumas de la mañana, siempre bello y poético, pero cada vez más idolatrado a medida que de él se ausenta y aleja.

Y no es de extrañarlo, porque es un sentimiento muy natural; porque allí están los primeros recuerdos de la infancia, hada alegre, conocida sólo de la niñez, de cuyas huellas brota la flor de la inocencia y de la dicha; porque allí duerme todo un pasado y se transparenta un porvenir; porque en sus bosques y en sus prados, en cada árbol, en cada mata, en cada flor, véis grabado el recuerdo de algún ser que amáis, como su aliento, en la embalsamada brisa, como su canto en el murmullo de las fuentes, como su sonrisa en el iris del cielo, o sus suspiros en los confusos quejidos del viento de la noche.

Es porque allí véis con los ojos de vuestra imaginación, bajo el tranquilo techo del antiguo hogar, una familia que os recuerda y os aguarda, dedicándoos sus pensamientos y sus zozobras; en fin, porque en su cielo, en su sol, en sus mares y en sus bosques halláis la poesía, el cariño y el amor, hasta en el mismo cementerio en donde os espera la humilde tumba, para devolveros al seno de la tierra. ¿Habrá un genio que enlaza nuestro corazón al suelo de nuestra patria, que todo lo hermosea y embellece, mostrándonos los objetos todos bajo un aspecto poético y sentimental, cautivando nuestros corazones? Porque bajo cualquier aspecto que se presente, ya sea vestido de púrpura, coronada de flores y laureles, poderosa y rica; ya sea triste y solitaria, cubierta de harapos, esclava implorando a sus hijos esclavos; ya sea cual ninfa en ameno jardín, cabe las azules olas del mar, graciosa y bella, como el sueño de la ilusa juventud; ya sea cubierta de un sudario de nieve, sentándose fatídica en los extremos del globo, bajo un cielo sin sol y sin estrellas; sea cualquiera su nombre, su edad o su fortuna, la amamos siempre, como el niño ama a su madre en medio del hambre y de la miseria.