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Y no hablo yo aquí de esos libre-pensadores de pega, de moda, de imitación o de tono, no; sus objeciones y razonamientos los destruíamos con dos o tres distingos que ellos no solían comprender y les hacíamos volver como mansos corderitos a nuestro corral, tan amigos siempre. ¿Qué podían hacer contra nosotros, los que nos hemos amamantado con jugos escolásticos? Católico desde los cinco años, filósofo a los catorce, metafísico a los quince, teólogo a los diez y seis, nuevos Davides, derribábamos a esos Goliaths en un santiamén que las viejas se quedaban embobadas de nuestra sabiduría.

No, yo no me refiero a esos libre-pensadores; no merecen que uno se tome la molestia de disentir con ellos: yo me refiero a esos hombres dejados de la mano de Dios, que perseveran en el mal, que cierran los ojos a la luz, a esos que están convencidos de lo que dicen, que han raciocinado mucho y que mueren en la impenitencia final, como dice mi maestro. ¡Ah! tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, su corazón es como las piedras donde nada puede sembrarse ni germinar.

Yo he tenido la triste suerte de conocer a uno de estos desgraciados y por más que le he querido convertir nada he conseguido.

Era un famoso médico, a quien sus colegas todos llamaban sabio, hombre de muy profundos y extensos conocimientos en los diferentes ramos que componen la ciencia humana. Mientras no ha hecho más que explicarme la asignatura de la que era profesor, le he admirado y he bajado mi cabeza; pero tan pronto como entraba en el terreno filosófico-religioso he dejado de oirle me he reído de sus explicaciones.

Y sin embargo, parecía que tenía razón: tan claras eran sus demostraciones y tan contundentes sus argumentos. Pero aleccionado yo desde mi más tierna juventud no caía nunca en esas engañadoras apariencias del diablo, y oponía a la realidad la fe, al raciocinio el dogma y nunca me faltaba ocasión de poner un distingo que me dejaba muy satisfecho.

Aparte de todo esto, el médico L. era de costumbres muy sencillas sin ser groseras, maneras naturales sin ser familiares jamás y gustaba de hablar con nosotros, de discutir hasta sobre la filosofía pero sin llevar jamás sus ataques a nuestra religión, exponiendo de cuando en cuando sus opiniones propias, respetando siempre las de los demás. Así que si no fuera porque le encontrábamos un poco más liberal