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Bótiok, aunque algo malhumorado trató de levantarse, agitó su rabito y después de abrir varias veces la boca y sacudir las orejas, gruñó en medio de la expectación general:

—¡Hermanos míos en Suan! Los cerdos somos de raza superior, vosotros sois de raza inferior. ¿Quién lo ha de negar? Ninguno de vosotros tiene el hocico largo y movible como el nuestro

—¡Ticaticatoccatoc! —interrumpió un pavo. (Esto en lenguaje pavesco quiere decir: nosotros también tenemos un moco largo, colgante y rojo. Como Vs. ven el lenguaje pavesco es conciso y enérgico.)

—Sí, hermanos pavos —replicó Bótiok— tenéis un moco largo y rojo, es verdad, pero no tenéis nuestras orejas anchas.

—Pero tenemos barba —replicó otro pavo que tenía un mechón de pelos en el pecho.

E hizo la rueda y se paseó majestuosamente.

—Sí, todo eso es verdad, hermano pavo —continuó Bótiok que al parecer no quería reñir con la orgullosa corporación de los pavos; es verdad que tenéis moco y barba y nosotros no, pero no gozáis del alto honor de haber sido tocados por la mano de Suan, nuestro Dios y Señor, no estáis consagrados, esto es, no estáis capados como nosotros, en esto nos sóis inferiores.

—¡También hay gallos capones! —se atrevió a piar una gallina con bastante mal humor.

—¡Sí! —dijo con desprecio Bótiok.


Nuestro criado Siloy pasaba por Dios: en efecto era el que les daba de comer, les castraba, les hablaba y acariciaba de cuando en cuando. Decía yo que los cerdos por ser capados se daban mucho tono y aunque es verdad que había también gallos capones, a estos les hacían poco caso y los procuraban desprestigiar por pertenecer a otra raza, y a lo más les consentían desempeñar el papel de criados o ayudantes. Considerábanse como los más sabios; nada se podía creer ni decir en el patio sin que antes se les consultase; lo que un cerdo no sabía, no lo podía saber nadie; pretendían explicarlo todo con gruñidos misteriosos que yo mismo muchas veces por más atención que quise poner, no pude comprender el significado. Se movían poco, y cuando an-