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mestizos, ni éstos con los chinos, contra el mandato expreso de dividir para reinar que dijo Jesucristo. Por esta desobediencia hay que hacerles obispos, hay que plantarles encima de la cabeza una mitra en señal de soberbia, como a los sacerdotes asirios y persas que la llevaban puesta; esta gente sigue a Machiavelo, el maldito Machiavelo que decía que hay que predicar la paz y la concordia. Hablando de la concordia, sabes, Salvadorcito, que el P. Baldomero y otro han ido a visitar el colegio de este nombre, que es un colegio de educandas si mal no te acuerdas… Naturalmente, ni visitaron los dormitorios, mientras las niñas se vestían y se mudaban, ni hablaron con las más hermosas, y las pocas veces que cambiaron palabras no era en la oscuridad, ni detrás de las puertas, ni lejos de los demás… ¡Ah! el martirio que sufrieron, ¡ah! ellos tan púdicos, tan virtuosos, tan candorosos! ¡Y las Madres tan ariscas, tan poco complacientes, tan poco tolerantes! ¡Todo el tiempo que estuvieron allá sólo hablaron de Dios permaneciendo llorosos y compungidos!

—¡Ay! ¡ay! ¡ay!

—¿Qué te pasa, Salvadorcito?

—Quitarme ya de procurador, porque aquí estoy sufriendo lo mismo que debieron sufrir Baldomero y el otro en el colegio de niñas… ¡Cuantas chulas y mujeres boni… ¡ay! ¡Quiero volver a Manila! ¡Madrid está perdido!

—¡Aquí te van a poner preso los indios y te desterrarán sin formación de causa! Con escribir un informe secreto…

—¡No importa!

—¡Morirás de hambre y no irás en coche!

—Aquí ando a pie.

—Mira que tendrás tú que saludar a los indios o, si no, te forman expediente gubernativo y te destierran.

—¡No importa! Prefiero todo eso a vivir entre mujeres… bonitas.

—Mira que si no le das gusto en todo al gobernadorcillo te va a acusar de antiespañol…

—Protestaré, diré que amo a España.

—No te creerán, porque los indios son muy ricos y publican libritos con Superior permiso contra los frailes…

—Pues ¿qué he de hacer? ¿qué he de hacer?

—¡Quedarte allí de procurador!

—¡Ay!