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QUO VADIS

En Roma, cuando quiera que se presentaba la ocasión de hacer á un lado á hombres que parecian peligrosos, de saquear sus propiedades ó fallar juicios políticos, de dar espectáculos sorprendentes por su pompa y su mal gusto, de satisfacer en suma, los monstruosos caprichos del César, Tigelino, hábil para todo eso y dispuesto á todo, se hacía indispensable.

Pero en Ancio y dentro de los palacios que en el mar azul reflejaban sus fachadas, Nerón llevaba una vida llena de fantasías helénicas.

De la mañana á la tarde el César y sus familiares declamaban versos, discurrían acerca de su estructura y sus bellezas, se recreaban con los giros elegantes, ocupábanse de música, de teatros: en una palabra, consagrábanse exclusivamente a las creaciones del genio griego que habían yenido á hermosear la vida.

En estas condiciones, Petronio, de un refinamiento incomparablemente superior al de Tigelino y á los demas cortesanos, elocuente, sutil, lleno de ingenio y buen gusto, alcanzaba allí la preeminencia de la necesidad.

El César buscaba entonces su compañía, mostrábase deferente á sus opiniones, pedíale consejo en la composición poética, y le demostraba una amistad más decidida que en cualesquiera otras circunstancias.

En vista de lo cual, pareció a los cortesanos que la influencia de Petronio había obtenido por fin un triunfo supremo, y que la amistad entre el César y él, entraba en un período de firmeza en que se mantendría al través de los años.

Y hasta aquellos que antes hicieran patentes sus antipa—tias al exqussito epicúreo, empezaban ahora á agruparse en derredor suyo y á competir por su favor.

Y más de uno hasta experimentaba interiormente sincero regocijo ante la preponderancia de un hombre capaz en todo instante de emitir un cabal é ilustrado concepto acerca de cualquier persona dada y que recibía con escép-