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QUO VADIS

propio Enobarbo en mi poder. Pero soy indolente; prefiero mi actual vida, y aun los versos del César, á tomarme la menor molestia.

—¡Qué habilidad la tuya al transformar la crítica en alabanzal Pero, ¿son tan malos realmente esos versos? Yo en estas materias nada entiendo.

—Los versos no son peores que cualesquiera otros. Cierto es qne Lucano tiene más talento en uno solo de sus de dos; empero, aun en Barba de bronce hay algo. Tiene sobre todo un inmenso amor por la poesía y por la música.

Dentro de dos días nos reuniremos con él á fin de escuchar la música de su himno á Venus Afrodita, que dejará concluído hoy ó mañana. Estaremos en un limitado circulo de intimos: solamente yo, tú, Tulio Senecio y el joven Nerva. Pero en cuanto á lo que una vez dije acerca de los versos de Nerón, que los uso después de las fiestas como Vitelio las plumas de flamenco, no es cierto; porque en ocasiones tocan los límites de la elocuencia. Así, por ejemplo, son conmovedoras las palabras de Hécuba (1). Se queja ella de las torturas del alumbramiento, y en dicho pasaje Nerón ha sido capaz de encontrar expresiones felices, acaso por esta razón: que el alumbramiento de cada verso le cuesta á su vez torturas. Hay ocasiones en que le tengo lástima. ¡Por Pólux! ¡qué admirable mezcla! A Caligula le faltaba una duela; no obstante, nunca llevó á cabo cosas tan extrañas.

—¿Quién podrá prever hasta qué punto habrán de llegar las locuras de Enobarbo?—preguntó Vinicio.

—Nadie lo sabe. Posible es que todavía ocurran cosas ante la sola idea de las cuales se erizarán los cabellos de los hombres en muchos de los siglos venideros. Pero eso es precisamente lo que á mí me interesa; y si bien más de una vez me encuentro tan fastidiado como Júpiter Amon (1) Hécuba, hija de Dimante ó Ciseo, rey de Tracia, mujer de Prismo, rey de Troya, que sacó los ojos á Polimnestor por haber dado muerte á su hijo Polidoro, y apedreada por sus siervos, fué convertida en perra.