Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/117

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
115
QUO VADIS

Hoy mismo me preguntó Augusta, qué había estado haciendo en Roma, y ya sabes que parti secretamente.

—Posible es que haya enviado espías es tu seguimiento. Empero, ahora es necesario que ella también cuente conmigo.

—Pablo me ha dicho,—repuso Vinicio,—que á veces nos manda Dios avisos secretos, pero no nos permite creer en los presagios, de ahí que yo viva en guardia contra es te pensamiento; con todo, me es imposible alejarlo de mi ánimo.

Y á fin de quitarme un peso del corazón, voy á referirte algo que me ha sucedido.

Ligia y yo estábamos sentados el uno al lado del otro, en una noche tan tranquila como ésta é ideando planes para el futuro. Imposible sería el que intentara describirte la tranquilidad y el éxtasis dichoso de aquellos momentos.

De súbito se sintió el rugido de los leones. Eso ocurre frecuentemente en Roma; pero desde aquel instante no he tenido tranquilidad. Paréceme que en esos rugidos iba envuelta una amenaza ó una especie de presagio de infor tunio, Bien sabes tú que es difícil que me domine el miedo; y sin embargo, en aquella noche y después de aquel suceso todo fué zozobra y terror. Vino aquello de manera tan extraña é inesperada, que hasta este momento siento en mi ofdo esos rugidos y en mi pecho un temor incesante, cual si Ligia estuviera en peligro y ansiando por mi protección contra algo de muy terrible, acaso contra esos propios leones.

Me encuentro en situación de verdadera tortura. Necesario es que me obtengas permiso para salir de Ancio, pues de lo contrario partiré de aquí sin él. No me es posible permanecer por más tiempo; te lo repito: no puedo!

—Todavía no son enviados á la arena los hijos de los cónsules, ni sus esposas,—dijo Petronio riendo.—Así, pues,