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QUO VADIS

¡Gracias te doy, señor, con todo mi corazón y toda mi almal —Oh! ¡Cuán grato es hacer felices á las gentes!—exclamó Neron,—¡Pluguiese á los dioses que yo no hiciera otra cosa en mi vida!

—Concédenos un favor más, joh, divinidad!—dijo Petronio;—declara tu voluntad en este particular delante de la Augusta. Vinicio no osaría jamás unirse en matrimonio á una mujer que no fuese grata á la Emperatriz. Tú puedes, joh, señor! desvanecer su prevención con sólo una palabra, manifestando que has ordenado se efectúe ese matrimonio.

—Así lo haré,—dijo el César.—Nada podría rehusaros á tí ó á Vinicio.

En seguida volvióse y emprendió el camino de regreso.

Ambos le siguieron. Inundaba sus corazones la felicidad por la victoria alcanzada, y Vinicio hubo de recurrir á toda su fuerza de voluntad para no echarse al cuello de Petronio, pues ahora parecíale que había quedado removido todo peligro y todo obstáculo.

En el atrio del palacio que ocupaba el César, el joven Nerva y Tulio Senecio estaban conversando á la sazón con la Augusta.

Terpnos y Diodoro afinaban en tanto sus citaras.

Entró el César y sentóse en un sillón incrustado de carey, dijo algo al oído de un esclavo griego que había cerca y esperó.

Pronto volvió el esclavo trayendo un estuche de oro.

Nerón lo abrió y extrajo de él un collar de grandes opalos.

—Estas son joyas dignas de la noche,—dijo.

—Se diría que las luces de la aurora irradian en ellas, observó Popea convencida de que iba á ser suyo aquel collar.

El César, alzando y bajando alternativamente aquella