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QUO VADIS

hacia el cuello de su cabalgadura, estuvo á punto de mordérselo en un acceso de dolor impotente.

En ese momento se cruzó con él en dirección contraria, un ginete que también corría como un torbellino hacia Ancio, y gritó al pasar junto á él: —¡Roma está perdida!

Y continuó su veloz carrera.

A los oídos de Vinicio habían llegado además otras dos palabras pronunciadas por el ginete: ¡Oh, dioses! » las restantes fueron sofocadas por el ruído ensordecedor de los cascos de su caballo.

Pero esa exclamación, ¡Oh, dioses!» logró calmar un tanto al joven.

Y alzó de súbito la cabeza, y extendiendo los brazos hacia el cielo poblado de estrellas, le dirigió una plegaria.

—No os imploro á vosotros, dioses,—dijo,—cuyos templos están ardiendo ahora, sino á Ti, joh, Dios mío! Tú también sufriste. Solo Tú eres misericordioso. Solo Tú has podido comprender el dolor de los hombres. Tú viniste á este mundo á enseñarles la piedad: ¡muéstrate hoy piadoso! ¡Si eres lo que declaran Pedro y Pablo, salva á Ligia, tómala en tus brazos y arráncala de las llamas! ¡Tú lo puedes! ¡Devuélvemela y te consagraré mi sangre y mi vida!

¡Y si no quieres hacer esto por mí, hazlo por ellal Ella te ama y cree en Til Tú prometes la vida y la felicidad para después de la muerte; ¡pero ella no quiere morir aun!

¡Has que vival Tómala en tus brazos y condúcela fuera de Roma. Tú puedes hacerlo, si así lo quieres! 03 Y aquí se detuvo, porque le pareció que su deprecación corría el riesgo de convertirse en amenaza; y temió el ofender á la Divinidad en los momentos en que más necesitaba de su auxilio y de su misericordia.

Y se aterrorizó ante esa sola idea, y á fin de no dar cabida en su cerebro ni á la más leve sombra de tal amena-

Tomo II
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