Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/145

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
143
QUO VADIS

lo al incendio, sin permitir á nadie apagarlo, declarando que tenían orden de proceder así.

El joven tribuno ya no pudo entonces abrigar la menor duda de que el César había decretado el incendio de Roma; y parecióle por consiguiente que era justa y merecida la venganza por que clamaba el pueblo. ¿Habrían podido hacer mayor daño Mitridates ó cualquiera de los más iracundos é inveterados enemigos de Roma? Estaba colmada la medida; la locura de Nerón llegaba á su más monstruoso limite y la existencia del pueblo era ya punto menos que imposible á causa de los criminales caprichos del tirano.

Y Vinicio creyó también que la hora postrera de Nerón había sonado, que esas ruinas que ya estaban envolviendo á la ciudad, debían necesariamente aplastar al bufón postrero y sus nefandos crímenes.

Bastaba tan sólo para ello encontrar un hombre de suficiente valor que se pusiera á la cabeza de aquel pueblo desesperado; y entonces podría eso suceder al cabo de unas pocas horas.

Y aquí empezaron á bullir en su cabeza ideas vengativas y audaces.

¿Por qué no sería él ese hombre.

La casa de Vinicio, que hasta una época muy reciente había contado una série de cónsules, era conocida por toda Roma.

Las multitudes solo necesitan un nombre. Una vez, el día en que fueron sentenciados cuatrocientos esclavos del prefecto Pedanio Segundo, había estado la ciudad al borde de la rebelión y de la guerra civil. ¿Qué sucedería ahora, en presencia de una calamidad horrenda, que sobrepujaba casi á todo cuanto había tenido Roma que sufrir en el transcurso de ocho siglos?

—Quien quiera que llame á los quirites á las armas, pensó Vinicio,—indudablemente podrá derribar á Nerón y vestir á su vez la púrpura.