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QUO VADIS

por un jardín; entre este jardín y el Trans Tiber había un terreno eriazo de poca extensión.

Esta idea le sirvió de consuelo.

Porque probablemente el fuego se detendría en aquel sitio abierto.

Alentado por esta esperanza, continuó su carrera, si bien ahora cada ráfaga de aire no sólo traía consigo nuevas oleadas de humo, sino millares de chispas, que en cualquier momento podrían pegar fuego al otro extremo de la calle y cortarle así la retirada.

Por último distinguió á través de aquella cortina de humo los cipreses del jardín de Lino. Las casas que seguían á continuación del terreno eriazo ardian ya como sendos haces de leña, pero la pequeña cínsulas de Lino se hallaba todavía intacta.

Vinicio dirigió al cielo una mirada de reconocimiento y corrió hacia la casa, aun cuando el solo aire ya quemaba.

La puerta estaba cerrada, pero la abrió de un empellón y se precipitó al interior.

No había un alma en el jardín y la casa parecía estar desierta.

—Tal vez se habrán desmayado á causa del humo y del calor,—pensó Vinicio.

Y empezó á llamar.

—¡Ligial ¡Ligial No hubo más respuesta que el silencio. Hasta alli no llegaban otros ruídos que los del distante incendio.

—¡Ligial De súbito escuchó los mismos lúgubres sonidos que antes oyera lleno de pavor en aquel jardín.

Era evidente que el fuego había llegado hasta el vivar próximo al templo de Esculapio, en la cercana isla.

En este vivar empezaron á rugir llenas de terror las fieras que lo ocupaban, entre las cuales había leones.

Vinicio se estremeció de pies á cabeza.