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QUO VADIS

bas manos de una de las calabazas y vació la mitad de su contenido.

—Gracias,—dijo en seguida;—ponedme tan sólo de pie y podré seguir caminando.

El otro obrero le bañó la cabeza y ambos le alzaron del suelo y le condujeron hacia los demás, quienes le rodearon preguntándole si había sufrido seriamente. Esta solicitud sorprendió á Vinicio y preguntó: —¿Quienes sois?

—Estamos aqui derribando casas, á fin de circunscribir el fuego, impidiendo así que alcance hasta la Vía Portuense, contestó uno de los obreros.

—Habéis venido en mi auxilio cuando me faltaban ya las fuerzas. Os doy por ello las gracias.

—No nos está permitido el negar nuestra ayuda en caso alguno, contestaron muchas voces.

Vinicio, que esa mañana desde muy temprano sólo había encontrado en su camino brutales turbas saqueadoras y asesinas, contempló con más atención los semblantes de las personas que le rodeaban y dijo: —Que Cristo os premie!

—Alabado sea su nombrel—exclamó todo un coro de voces.

—¿Lino?—preguntó Vinicio.

Pero no le fué posible terminar su pregunta, ni escuchar la contestación, porque en seguida se desmayó á causa de las emociones experimentadas y del agotamiento de fuerzas. Sólo volvió en sí en el campo Codetano, y allí se encontró en un jardin, rodeado por algunos hombres y mujeres.

Las primeras palabras que dijo fueron: —¿Dónde está Lino?

Por espacio de algunos momentos no hubo respuesta; luego una voz que Vinicio conocía, dijo de repente: —Se fué hace dos días á Ostrianum por la Puerta Nomentana. ¡Que la paz sea contigo, oh rey de Persial