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QUO VADIS

bisontes enfurecidos, aplastando entre sus patas á la aterorizada multitud.

Alguna verdad había en estos decires, porque era efec tivo que en algunos puntos de la ciudad los elefantes, á la vista del fuego que se aproximaba, habían forzado las puertas de los vivares y recobrando su libertad, precipitádose fuera de la zona del fuego, llenos de loco terror, destruyendo todo á su paso con la furia de un huracán, Los rumores circulantes calculaban en decenas de miles el número de víctimas sacrificadas en aquella conflagración.

Y á la verdad que las víctimas habían sido numerosas.

Muchas personas, después de haber perdido todos sus bienes, ó visto perecer á los seres más queridos, se arrojaban á las llamas, dominadas por la desesperación más horrenda.

Otros morían asfixiados por el humo.

En el centro de la ciudad, entre el Capitolio, por un lado, y el Quirinal, el Viminal y el Esquilino por el otro, como también entre el Palatino y el monte Celio, en donde las calles se hallaban ocupadas por una población más densa, el fuego había empezado en tantos puntos á la vez, que multitud de personas, al huir en una dirección, se en contraban inesperadamente detenidas por una nueva muralla de fuego que les cerraba el paso y morían de muerte horrible en medio de un diluvio de llamas.

Dominada por el terror, la perturbación y el frenesí, la gente no sabía hacia dónde escapar.

Las calles ballábanse obstruídas por verdaderos hacinamientos de mercancías y efectos que en los lugares estrechos las cerraban por completo. Los que se habían refugiado en los mercados y plazas de la ciudad, donde se alzó después el Anfiteatro de. Flavio, cerca del templo de la Tierra, del Pórtico de Silvia, y más arriba, en los templos de Juno y de Lucinia, entre el Clivus Virbius y la antigua