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QUO VADIS

los dioses romanos, pero no los amaba, y á este Dios Unico le amo tanto, que diera gustoso por El mi vida.

Y dirigiendo la vista al cielo, repuso: —Porque El es uno, y bueno, y misericordioso. Y así, bien puede perecer, no solo esta ciudad, sino el mundo entero; á El sólo reconoceré y alabaré.

—Y El te bendecirá y bendecirá tu casa,—contestó el Apostol.

Entre tanto penetraron en otra hondonada, al extremo de la cual brillaba una luz débil.

Pedro hizo una señal hacia ella y dijo: —Hé ahí la cabaña del cantero que nos dió abrigo cuando, de regreso de Ostrianum con Lino, que venía enfermo, no pudimos alcanzar hasta el Trans—Tiber.

Al cabo de algunos instantes llegaron. La cabaña era más bien una caverna cavada en una depresión de la colina, y componía su fachada exterior una tapia construida de cañas.

Estaba cerrada la puerta, pero al través de una abertura, que hacía las veces de ventana, se vela el interior iluminado por el fuego que dentro había encendido.

Una gigantesca figura se alzó de súbito, vino al encuentro de ellos y les preguntó: —¿Quiénes sois?

—Siervos de Cristo, contestó Pedro.—Que la paz sea contigo, Ursus.

Postróse el ligur á los pies del Apóstol, y luego, habiendo reconocido á Vinicio, le tomó la mano por la muñeca y se la llevó á los labios diciendo: —¿También tú, señor? ¡Bendito sea el nombre del Cordero, por la alegría que darás con ello á Calina!

Y abrió entonces la puerta, entrando en seguida todos.

Lino yacía sobre un montón de paja, con el semblante demacrado y la frente de un color amarillo marfileño.

Cerca del fuego hallábase Ligia sentada, teniendo en la

Tomo II
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