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QUO VADIS

vocación, señalaría á Ligia personalmente á los guardianes.

Estos le dejaron entrar por una pequeña puerta por donde acababan de salir ellos. Y uno de los mismos, llamado Ciro, le condujo al punto á los sitios en donde se hallaban los cristianos.

En el camino le dijo: —Señor, yo no estoy seguro de que llegues á encontrar lo que buscas. Hemos preguntado por una doncella llamada Ligia, pero nadie nos ha dado una respuesta concluyente; puede ser, empero, que se deba esto á que no tienen confianza en nosotros.

—¿Hay muchos?—preguntó Vinicio.

—Muchos, señor; tendrán que aguardar hasta mañana.

¿Y hay enfermos entre ellos?

—Ninguno había que no pudiera tenerse en pie.

Dicho esto, abrió Ciro una puerta que daba entrada á una estancia subterranea enorme, pero baja y obscura, pues recibía luz tan solo por unas aberturas enrejadas que la separaban de la arena.

Al principio Vinicio nada pudo ver. Oía tan solo un murmullo de voces en el aposento y los gritos de la plebe, que procedían del Circo.

Pero, al cabo de algunos instantes, cuando se hubieron habituado sus ojos á la obscuridad, le fué ya dable distinguir unos grupos de seres extraños, parecidos á lobos yEran los cristianos, cosidos en pieles de bestias feroces.

Algunos de ellos hallábanse de pie; otros oraban de rodillas.

Aquí y allí podía conjeturarse que la víctima era una mujer, á la vista de sus largos cabellos flotantes por sobre la piel de fiera.

Mujeres vestidas de piel de lobo, tenían en los brazos á niños cuyos cuerpos hallábanse de igual manera cubiertos con aquellas pelosas vestiduras.