dor de todo lo referente al anfiteatro, meditó un momento y dijo: —Los espectáculos en que el pueblo se presenta sine armis et sine arte duran siempre mucho y son menos entretenidos.
—Ordenaré entonces que les den armas,—contestó Nerón.
Pero el supersticioso Vestinio salió de su meditación y preguntó con voz llena de misterio: —¿No habéis notado que al morir ven algo? Miran hacia arriba y se diria que expiran sin dolor alguno. Estoy cierto de que algo ven.
Y alzó los ojos á la parte superior del anfiteatro, por sobre la cual había empezado la noche á extender ya su estrellado manto.
Pero los demás le contestaron con risas y grotescas conjeturas acerca de lo que podrían ver los cristianos en el momento de la muerte.
Entretanto, el César hizo una señal á los esclavos portadores de antorchas y salió del Circo, seguido por las vestales y los senadores, diputados y augustianos.
La noche estaba clara y tibia.
Delante del Circo había una multitud de pueblo deseoso de presenciar la partida del César; pero su actitud era en cierto modo reservada y sombría.
Aquí y allí dejáronse oir algunos aplausos pero de muy corta duración.
Del spoliarum seguían saliendo crugidoras carretas que conducían los sangrientos despojos de los cristianos.
Petronio y Vinicio emprendieron su camino en silencio.
Solo cuando se hallaban ya cerca de la puerta del árbitro, preguntó éste: —¿Has pensado en lo que te propuse?
—Sí,—contestó Vinicio.
—¿Creerás que para mí también esta cuestión es ahora de la más alta importancia? Es menester que yo la liber-